Una familia de deseos – Rosy y Andrés y su CVX
El Día Internacional de la Familia (15 de mayo) nos
brinda la oportunidad de acoger el testimonio de un matrimonio mexicano. Rosy y
Andrés son miembros de una CVX (Comunidad de Vida Cristiana) y la
espiritualidad ignaciana sostiene la vida cotidiana de su familia.
Por Rosy Arcila y Andrés Mayorquín | CVX México
“Yo Rosy/Andrés, te acepto a ti, Andrés/Rosy, como mi esposo/a, y prometo estar a tu lado en todo momento, cuando haya salud y cuando la enfermedad te invada; compartir los éxitos y apoyarte en los fracasos; quiero ayudarte a ser un feliz profesionista y un feliz padre/madre; prometo ser parte de tu realización como católico/a laico/a, pero sobre todo mostrarte el amor de Dios a través de mi amor diario, por el resto de mi vida.”
Fue lo que nos prometimos cuando nos casamos hace más de 17 años. Partíamos de una convicción surgida de nuestra experiencia de Ejercicios Espirituales: somos hijos de Dios y Él nos ama incondicionalmente. Como dice Ignacio, se trata de tener deseos, y nuestros votos expresaban el deseo profundo de ser una familia que viva la misma dinámica del amor de Dios.
Nuestra historia personal y familiar está llena de ese amor incondicional de Dios, esa es la certeza que nos alegra los días, nos ayuda en las dificultades y nos compromete. Desde antes de casarnos teníamos claridad en que queríamos ser familia “en salida”.
Recién casados tuvimos la
dicha de ser invitados a un apostolado de formación para jóvenes de un poblado
cercano y luego a formar parte de una comunidad de CVX. Ahí pudimos conocer con
mayor profundidad sobre el autoconocimiento, el acompañamiento, el
discernimiento individual y en pareja, elementos que se volvieron fundamentales
en nuestra experiencia familiar: saber quién soy, con quién estoy y a dónde
voy, elegirnos mutuamente día a día y ser verdaderos compañeros de camino. No
hay mejor acompañante que aquel que te conoce y te ama en lo más profundo, con
tus luces y sombras, dándote la libertad de crecer, cambiar e incluso fracasar
en lo personal, en lo académico, en lo laboral, y que puede reconocer los
movimientos del Espíritu en ti, a veces antes que tú mismo.
Con la espiritualidad ignaciana hemos confirmado que nuestra plenitud involucra ser esposos y padres, de modo que cuando no pudimos ser padres biológicos, nuestro discernimiento fue clarísimo: la adopción era nuestro camino. Con gran dicha podemos decir que, en esta familia de cinco, todos nos elegimos unos a otros. Sin embargo, la paternidad y maternidad no han sido fáciles. Nos han hecho reinventarnos más de una vez y en eso la espiritualidad ha sido una gran aliada. Esforzarnos por vivir la indiferencia ignaciana nos ha ayudado a tomar decisiones complejas, eligiendo aquello que creemos es el bien mayor para la familia.
Muchas veces no hemos sido los papás que deseamos ser; reconocemos nuestra fragilidad y más de una vez nos hemos sentido agobiados. Practicar el examen diario nos ha permitido reconocer nuestros errores y poner los medios para intentar corregirlos, y también nos ha ayudado a enseñar a nuestros hijos a mirar su corazón, y reconocer en él la presencia del Espíritu, la invitación a amar y servir más, aunque no siempre sea lo más fácil.
También hemos visto a nuestros hijos comportarse de una manera que consideramos incorrecta. Al escucharlos decir “No lo volveré a hacer” hemos podido entender, con una profundidad llena de misericordia, aquello de “Vete y no vuelvas a pecar”, no como una exigencia o una condición, sino como una esperanza y un deseo de cambio, con la consciencia de que, en su proceso de crecer, seguramente fallarán de nuevo, y aquí estaremos para perdonar y volver a confiar.
Ser padre y madre, significa vivir en la incertidumbre: ¿lo estaremos haciendo bien o debimos de hacerlo diferente? Nos preocupa saber si estamos preparando bien a nuestros hijos para su vida futura, si podrán establecer relaciones con otros y con el mundo basadas en el amor. De ahí surgen temas como el noviazgo y la sexualidad; la espiritualidad y la práctica religiosa; la sostenibilidad y el cuidado del medio ambiente; el modo en que consumimos, acumulamos y compartimos; la diversidad y la inclusión; la formación profesional y el servicio a los demás; el mundo de la política también, entre muchos otros.
Frente a esa falta de
certeza, nos anima y da esperanza escuchar a nuestros hijos hablar de Dios como
un Padre amoroso, o ver a la más pequeña planeando en medio de juegos su
“reunión de CVX”. Sólo nos queda seguir pidiendo a Dios la gracia del
conocimiento interno de tanto bien recibido, para que, como familia, podamos
conservar siempre el deseo de “ser para los demás”.